Ocurrió junto a un río. Un pequeño grupo
de jóvenes recibían las enseñanzas de su entusiasta
maestro, cuando uno de ellos ansioso e impaciente
inquirió: “Maestro, quiero saber tanto como tú.
¿Qué debo hacer?”.
El maestro se acercó hasta él, con una mano
le sujetó la nuca y con la otra aprisionó
fuertemente las del joven tras la espalda; a
continuación caminaron hasta el río y le sumergió
la cabeza bajo el agua.
Al cabo de unos instantes el alumno comenzó
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a angustiarse por la falta de aire. Finalmente,
desesperado ya, el agua comenzó a penetrar en
sus pulmones, mas el maestro no cejaba en su
empeño. Al punto de perder el conocimiento le
liberó.
El alumno tosía y aspiraba aire con la avidez
y estertores propios de un moribundo.
Entonces el maestro le preguntó:
“¿Qué deseabas?”.
El alumno con la cara enrojecida por la falta
de oxígeno, montado en cólera y tras tomar una
fuerte bocanada de aire, le respondió:
“¡Respirar!”.
“Bien -respondió pausadamente el maestro-
, así tendrás que anhelar el conocimiento”.
¿Qué nos dice todo esto?. Pues que solemos
anhelar objetivos que se consiguen con dinero, a
partir de un deseo inducido, no genuíno. Además,
el deseo profundo por conseguir algo integrará
los esfuerzos por conseguirlo, radicando en este
gesto la esencia del gozo y no tanto en el fin que
se persigue.
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Deseos y amores, poseen futuros inciertos uno nunca sabe cuando se cumplen sino hasta tenerlos.
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